“Eppur si muove: para una reactivación del feminismo radical-lésbico materialista”

Estamos situadas en un momento del neoliberalismo patriarcal que reacciona frente al movimiento de mujeres feministas internacional, en el que se plantea que la única solución a las crisis económicas es el control de los cuerpos de las mujeres para la reproducción y el placer masculino androcrático. El movimiento parece ya no ser necesario porque se considera que el feminismo es cosa del pasado y que ya se llegó a cierta igualdad, que el resto es exageración ideológica. La destrucción de los lazos sociales y el auge del individualismo competitivista hace que nos veamos impotentes, inmóviles.


El feminismo radical en Argentina tiene larga data, iniciando desde los años 70s y aumentando su carácter de movimiento en los 80s. La segunda oleada de feminismo radical fue en el 2018/2019 y se dio tanto en las redes sociales como en las calles y en las organizaciones abolicionistas, radicales y lésbicas. Por supuesto, hay muchas que después de ese auge dejaron de considerarse feministas radicales, como es normal luego de que pase el boom. En general, las posturas hacia las que derivaron fueron o progresistas/inclusivistas de los hombres o abiertamente conservadoras.


Un problema en cada movimiento social es el idealismo, la falta de buscar comprender las relaciones estructurales para pensar meramente en lo cultural, en lo simbólico e ideológico. El feminismo radical se planteó como materialista en la definición de las mujeres como sexo biológico, pero faltó el materialismo como base epistémica del análisis de las relaciones de clases sexuales. Una consecuencia de esto es que se haya terminado equiparando al feminismo radical con la sola crítica al género como identidad y la definición de las mujeres por la feminidad, pasando por alto el análisis materialista que también cabría hacer de los hombres como clase sexual opresora y por tanto de la heterosexualidad como régimen político basado en la explotación y dominación de las mujeres. Otra expresión de esta situación es que incluso un movimiento que se pretendía antineoliberal terminó abrazando ideas liberales, como que el cambio social se da desde la expansión de las tomas de conciencia entendidas como sumatoria de individuas liberadas mentalmente. El feminismo es visto como una conciencia que se tiene y ya, no como un movimiento que busca una revolución en la estructura social, política, económica, cultural. Se toma el feminismo como una identidad de grupo, con el cual se quiere homogeneizar y totalizar las posturas, en vez de verlo como un movimiento de lucha que tiene espacios de debate y disputa política.


Esto también deriva en otras situaciones, diferentes entre sí pero que de alguna u otra forma responden a lo mucho que el neoliberalismo caló en todas las áreas de nuestras vidas, no sólo en su faceta económica sino también como modo de ver al mundo y de verse a una en él. De esta manera, aún cuando nos afirmamos antineoliberales en el plano de los argumentos y la ideología, terminamos sintiendo y actuando personal y políticamente desde una lógica neoliberal (esto es, individualista, idealista, superficial). En el día a día, lo que acabamos de señalar se traduce, por ejemplo, en creer que todo lo "feminista" que podemos hacer es autoetiquetarnos como tales y subir de cuando en cuando una historia o dar un retuit; en que nos ofendamos o sintamos atacadas cuando, en un grupo feminista, surge una instancia de crítica, debate o discusión, porque no podemos comprender cómo otra mujer en ese espacio pretendidamente homogéneo con el que nos identificábamos se tomó el atrevimiento de cuestionarnos; o en que nos “alejemos” del feminismo cuando nos damos cuenta de que ya no nos “representa” o “sirve” porque la coyuntura cambió y ya no nos identificamos individualmente con él, como si fuese un “género”, una prenda de ropa o una banda y no un movimiento que nosotras mismas, en tanto mujeres, construimos a diario con nuestras acciones y que por ende tenemos el poder de modificar y discutir desde dentro.


Lo que vemos es que muchas se alejaron del feminismo radical por estar "pasado de moda", por verlo como una concienciación momentánea en ciertos temas pero sobre el que hay que avanzar luego hacia un pensamiento más “maduro” y mixto. También hay una cuestión generacional: muchas lo tomaron como identidad de sus primeros veinte o de su adolescencia y luego al entrar al mundo adulto de instituciones patriarcales lo ven como poco realista, como si lo único que planteara el feminismo radical es que hay que alejarse individualmente de los hombres. No, al menos no exactamente así visto desde el feminismo radical materialista. Una puede coexistir en espacios con hombres sin perder su radicalidad.


Para algunas el feminismo ya fue, porque no hay sentido de arraigo en la lucha y lo han concebido como una imposición desde afuera, de alguien que te decía qué era lo correcto hacer, como si fuese un mandato moral correcto hegemónico ser feminista, como si la estructura social no fuese todo lo contrario y no nos estuviese imponiendo la heterosexualidad obligatoria y la opresión constantemente. Hay una falta de considerarse autónoma y hacerse cargo de que una sostiene o al menos sostuvo sus posturas feministas radicales desde su propio deseo y agencia, el feminismo tiene que ser apropiado por cada feminista y vuelto parte de su vida, no es necesario ser feminista porque “queda bien” en ciertos espacios y en ciertos grupos.


Entendemos también que esa tendencia a tomar al feminismo como una vara con la que medirse en lugar de como un movimiento para la propia liberación nace, al menos en parte, de una lógica muy propia de la feminidad. Ponemos algo -en este caso, los valores feministas- en el lugar de “lo correcto” y nos sentimos casi en la obligación de cumplir con ello, nos sentimos avergonzadas frente a otras feministas si “sabemos poco” o nos sentimos culpables si no somos “100% feministas” en nuestro día a día. Con la carga de la autovigilancia y la culpa, resulta aún más fácil terminar alejándose. ¿Quién permanecería en un movimiento que le ejerce tanta presión? La culpa, el autocastigo y también la misoginia interiorizada de la que esas dos cosas son parte se manifiestan de varias maneras, ya sea sintiéndose una “mala feminista” o volviéndose reactiva, reacia a la pregunta y al pensarse individualmente y con otras. “Me estás juzgando”, parecen decir algunas mujeres, dolidas cuando alguna otra cuestiona algún hábito o actitud desde una óptica feminista. Así, quedamos entre la espada y la pared: o el feminismo es algo que nos tiene que hacer sentir cómodas siempre, un espacio donde permanentemente nos deben cuidado maternal y palabras dulces y un molde que se adapta a cada mujer que se identifique como feminista (idea sumamente neoliberal); o bien, el feminismo es una vara inalcanzable con la que medirnos y un instrumento de castigo y culpa cuando, evidentemente, no cumplimos con el ideal que a él asociamos. No se nos ocurre que, en todo caso, puede ser un espacio para pensarnos y cuestionarnos, sí, pero desde la autocomprensión y el entendimiento de las condiciones materiales patriarcales que nos moldearon el comportamiento y el deseo desde que nacimos. Otra vez, borramos de la ecuación nuestra propia capacidad de acción y la profundidad transformadora del movimiento.


Quizás también el separatismo se veía más factible en el contexto de la cuarentena y era más fácil alejarse de los espacios físicos con hombres. Pero ese individualismo metodológico no es el centro de la estrategia feminista, no como la construcción de una identidad pura, de una esencia femenina libre o algo por el estilo. El feminismo radical es una teoría que defiende el fin de las estructuras de clase sexual patriarcales, no es una identidad perfecta, es necesario salirse de ese purismo. El tema no es tanto “¿Cómo vivir mi vida lo más alejada posible del patriarcado?” sino “¿Cómo existir en este mundo patriarcal y luchar desde una crítica radical?”. Desde ese lugar, muchas pasaron a la postura crítica del feminismo radical por “ser poco realista”, atravesando un proceso de “darse cuenta” y salirse de la “ideología” para captar la realidad supuestamente tal cual es, sin sentido crítico separatista. 


Siendo feministas materialistas, entendemos que fuimos criadas en un contexto patriarcal y esa socialización nos limita, la estructura social nos restringe las posibilidades de libertad y nos enmarca en una sociedad masculinista de la cual no podemos salir, en el sentido de que no hay un lugar donde no haya patriarcado. De esa manera, no podemos construir la identidad feminista perfecta como life style fuera de todo poder. Pero esto no quiere decir que no podamos cuestionar las acciones de las demás y que haya que tomarse el análisis de las prácticas sociales como un cuestionamiento personal, porque lo personal es político y es en ese sentido discutible. Justamente decimos que hay que apropiarnos del feminismo y ser parte.


Para muchas también es difícil mantenerse dentro del movimiento feminista porque el trabajo y los estudios llevan gran parte de las horas del día. También hay una falta de creatividad para pensar ideas feministas por falta de tiempo, por sufrir la explotación asalariada y sentirnos obligadas a estar todo el tiempo produciendo. Entonces, es más fácil ser feminista desde las redes sociales y tuiteando que juntándonos a debatir y a luchar juntas de forma presencial. Las redes sociales pueden ser una herramienta de difusión de la teoría y actividades feministas, pero creer que hay una comunidad en redes de feministas radicales y sólo relacionarse desde ahí quita el compromiso que conlleva el activismo cara a cara: cuando hay menos diálogo hay más problemas, por lo que muchas abandonan el activismo por ver un ambiente muy tóxico de gente que no está realmente en su vida, sólo en su cabeza. La lógica de las redes sociales tiene que ser cuestionada por ser estas creadas por hombres y tener dinámicas patriarcales como el querer posicionarse como influencer o ser seguidora, y por tener, muchas veces, el efecto de neutralizar toda posible acción transformadora: ¿Qué es más amenazante para el sistema socioeconómico vigente? ¿Un like en Instagram o grupo de mujeres que se encuentra para practicar la toma de conciencia, manifestarse y plantearse cómo transformar sus vidas?


Por otro lado, algunas abandonaron el feminismo radical por considerarlo necesariamente desclasado y empezaron a confiar en el peronismo como hacedor de política en el contexto liberal mileísta, como una oposición verdadera y no patriarcal o capitalista. Ven a la política masculina como más práctica que el feminismo porque efectivamente los partidos políticos tienen más poder que las mujeres al ser parte del sistema. De hecho, el feminismo ya debatió hace rato estas cuestiones y la apuesta es por la autonomía. Quizás faltaron más debates al respecto, pero tampoco hubo voluntad de tenerlos más que oponerse a las demás por no verlas como hacedoras de política con el mismo estatus que los hombres, lo cual en realidad es parte de una reacción patriarcal al feminismo. Acá está el problema de la doble militancia, por un lado como mujeres y por otro como trabajadoras. De todas maneras, al no haber sido tan claramente abordado, algunas quizás se alejaron porque un movimiento que no hable explícitamente contra todas las opresiones que viven las mujeres puede ser visto como insuficiente y también es entendible. Sin embargo, creemos que el error está en masculinizar los reclamos y no mantener el separatismo en la crítica radical contra el capitalismo y el racismo. Sobre esto han trabajado las feministas comunitarias y las lesbofeministas.


Creer que el feminismo es sólo para “cosas de mujeres”, entendidas siempre como menos urgentes e infantilizadas, es aceptar la definición que los varones y sus instituciones inventaron de lo que es o no parte de la lucha feminista cuando crearon áreas de “genero” o “de la mujer”. ¿No es de mujeres trabajar, ser explotadas laboralmente, padecer un gobierno neoliberal que nos ajusta y que destroza la naturaleza? ¿No somos la abrumadora mayoría de personas pobres en el planeta, y aquellas en cuya capacidad reproductiva y sus trabajos de cuidado se apoya toda la estructura de saqueo patriarcal-capitalista? ¿No somos las primeras a las que se les sugiere “hacerse un Only Fans” cuando no nos alcanza para los apuntes, aquéllas a quienes los hombres prostituyen ante la necesidad de comer o sostener a sus hijos? Vemos como un problema que no podamos concebir la lucha de clase como algo que librar desde el feminismo y no abandonándolo. El feminismo radical va precisamente a la raíz de la opresión; la explotación de las mujeres es la más antigua y transversal de las opresiones de la humanidad, y por ende sería altamente revolucionario y poderoso entender que en realidad la lucha de clase, la oposición a los gobiernos neoliberales o de cualquier otra índole y la lucha por la liberación de las mujeres son cosas  íntimamente conectadas.


La segunda ola de feminismo radical en Argentina y en el mundo se dio como una reacción a lo queer y centrada casi exclusivamente en eso, por eso muchas se consideraron feministas radicales sólo por defender el sexo como categoría política y biológica. Ahora, de algún modo, ya no está más lo queer en el poder (o al menos retrocedió ante las avanzadas conservadoras), y entonces algunas lo ven como algo inofensivo o con lo cual hay que aliarse. O al revés, se alían con la derecha masculinista sólo porque se opone a lo trans, alejándose de la autonomía del feminismo y transando con nuestros opresores y explotadores. De este modo, pasan por alto que la derecha rechaza lo queer porque lo considera ¡feminista!, porque pretende proteger los roles tradicionales de género garantizándose la explotación de nuestros cuerpos en el seno de la institución familiar, y no porque le importen un gramo “los derechos de las mujeres”. En ningún caso hay una profundización del concepto de clase sexual en la vida de las mujeres; el transactivismo es sólo una parte del patriarcado y no es todo lo que existe. También nos parece que, al oponernos al feminismo liberal, al haber sido atacadas por sus representantes (incluso físicamente, en los espacios de mujeres feministas) y al ser rechazadas por el masculinismo progre, quedamos en la marginalidad y por eso las radicales terminamos por centrarnos en lo interno y en las redes entre nosotras, sin luchar en la disputa política de manera pública, casi viendo lo público como algo ajeno. Creemos que sí es importante salir de esa marginalización hecha por el liberalismo sexual y generista.


Pero hay otros problemas dentro del ámbito de las que sí seguimos siendo lesbianas radicales, y es que hay una intromisión del posmodernismo en algunas ramas. Varias lesbianas radicales sostienen una crítica al movimiento feminista “orientado hacia afuera”, entendido como una lucha por la igualdad con los hombres y por ganar derechos solamente. Lo cuestionan por no ser lo suficientemente radical, crítica que compartimos en parte, pero no creemos que todo feminismo que busque la transformación social (y no sólo la toma de conciencia individual) deba ser interpretado como un reformismo que se limita a pedir cosas a los hombres y contentarse con un lugar entre sus instituciones. En esa forma de ver las cosas hay un reduccionismo muy grande del feminismo como movimiento reformista, como si además no fuese reformista abandonar la lucha de las mujeres y cambiarla por una atomización, que de hecho es lo que hace que muchas se vayan del movimiento buscando otros espacios desde donde sí creen que se pueden generar cambios. El pesimismo del fin de los movimientos y de las luchas es mejor dejárselo al posmodernismo. Se hace demasiada contraposición entre la lucha y la conciencia, como si los grupos de debate fuesen excluyentes y no parte de las acciones políticas del movimiento feminista radical.


Por otro lado, la conciencia no es meramente individual porque somos seres sociales. Actualmente hay un solipsismo en la autoconciencia feminista, una reducción a la autoliberación de la sí misma, cuando, en realidad, lo que hacen los grupos de toma de conciencia es reunir a las mujeres para analizar lo que tenemos en común como clase sexual, contarnos nuestras experiencias en el sistema patriarcal, conceptualizarlas como dentro del hetero-patriarcado y así desnaturalizarlas. Es decir que se trata de una toma de conciencia colectiva, que nos hace pasar de ser una clase en sí a una clase para sí, lo cual es la génesis del feminismo como movimiento de lucha. La toma de conciencia no es un fin en sí misma sino una herramienta para dimensionar las estructuras sociales y tener un nuevo punto de partida y visión crítica del mundo patriarcal. Sucede que hubo un pase del feminismo radical al feminismo de la diferencia, como si éste fuese la superación del primero, con lo cual se cayó en el discurso de la posmodernidad del fin de las luchas y el centrarse en el yo diferenciado. Se habla de acuerpar y hacer comunidad pero no se logra sostenerlo en la práctica ni se es clara frente a las definiciones de cada término, por ejemplo: ¿Una comunidad de mujeres es una asociación de individuas o una construcción de otra sociedad? ¿Es simbólica o es material? ¿Es llevarnos bien o es iniciar un proceso de rebelión de toma de tierras y empezar a vivir juntas en un espacio donde no entren hombres, creando un lugar propio para las mujeres?


En este contexto patriarcal y de conservadurismo heterosexual muchas dejan de ser lesbianas porque ven los supuestos beneficios de la heterosexualidad y porque no se sienten capaces de seguir teniendo una vida lésbica. Hay una patologización y estigmatización de las lesbianas muy grande: aún pasada una etapa de integración e inclusión discursiva, no se trastocó la base del sistema lesbomisógino, que es el sistema heterosexual de explotación de las mujeres por los hombres, siendo base de toda la estructura social, de la institución de la familia nuclear y de la noción de Patria, tan retomada actualmente por la reacción conservadora. A este conservadurismo sexual lo llaman “seguir el deseo genuino”, otra vez pensando “las otras me hicieron reprimirme” en vez de ver que lo que se vuelve a desear es la dominación de la masculinidad y una refeminización de sí. Hay un nuevo esencialismo consistente en naturalizar el deseo heterosexual impuesto, que niega la construcción legítima de la vida lésbica. 


Pese al actual auge del neoliberalismo individualista y la reacción conservadora masculinista, el feminismo radical sigue constituyendo un movimiento que contiene dentro de sí un potencial altamente revolucionario, sobre todo si nos proponemos disipar la bruma hiperindividualista e inmovilizante, funcional al patriarcado, que nos mantiene aisladas, inmóviles y desesperanzadas. Actualmente, el movimiento de mujeres está desmovilizado y disperso, con lo cual urge reorganizarnos. Necesitamos aprender de nuestras antepasadas, permitiéndonos la revisión y la crítica de las prácticas que desarmaron el feminismo pero, sobre todo, retomando las bases de organización, lucha y acción que supimos sostener, creando genealogía de mujeres y, más allá de la reacción patriarcal, manteniendo vivo su (nuestro) Movimiento.


Belén Noir, Sol Tobía.

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